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8/6/12

"TODAS LAS MAÑANAS" Relato ganador


La anciana está esperando con impaciencia apoyada en el umbral de la ventana. Tan solo quedan unos minutos. Siempre es puntual. Llegará con paso ágil, cruzará la pequeña cancela, atravesará el minúsculo jardín y llamará a la puerta. Al igual que hace todos los días. Ella abrirá con dulzura, le regalará una amplia sonrisa y le deseará los buenos días. El hombre entonces mirará en su enorme bolsa de cuero, sacará un pequeño sobre y se lo entregará, también sonriendo. La carta..., su carta...
A la mujer le gusta ese hombre. Es joven, y alto, y fuerte, y guapo. Se queda prendada todas las mañanas cuando lo ve aparecer por entre los rosales. Por eso escribe las cartas. Una tras otra. Y por eso se las envía a si misma. Para verle. En realidad podría limitarse a mandar los sobres vacíos, rellenando tan solo la dirección del exterior. Pero prefiere escribir. Así disfruta tres veces. Cuando redacta las misivas, cuando las recibe, y cuando las lee. Aunque ya sepa su contenido. Aunque ya conozca las pequeñas cosas que le cuenta, a él, a aquel hombre que la encandila: El chubasco otoñal que ha caído ese mediodía empapando las azaleas, el susto que le ha dado el viejo siamés al caerse del tejado, el vuelo tardío de las cigüeñas emigrando hacia el sur...
Ya no falta mucho para que llegue. Hoy ha preparado galletas y ha envuelto unas cuantas en una cajita con celofán. Siempre le ofrece pequeños obsequios como ese, simples detalles, sencillos, sin valor. No quiere abrumarle. Lo que si querría es confesarle todo. Pero nunca lo hace. Le da miedo, pánico. ¿Que pensará? Él apenas tiene treinta años y toda la vida por delante. Y ella no es más que una vieja de más de ochenta absurdamente ilusionada por un sentimiento que creía haber olvidado. ¿Cómo reaccionará si se lo cuenta, si le dice la verdad? Pensará que es una chiflada y no querrá volver a verla. No, no puede decírselo. Permanecerá así. Así es feliz, escribiéndole párrafos y párrafos que nunca va a leer, conversando brevemente en el alfeizar, regalándole dulces y pasteles, viéndole aunque solo sea unos minutos cada día.
Se merece esa pequeña dosis de felicidad después de toda una vida dura, marcada por la tragedia. Primero fue la repentina muerte de su marido, en plena juventud, cuando tan solo llevaban unos meses de casados. Después, criar a una hija ella sola sin apenas dinero. Más tarde, la adolescencia complicada de la muchacha, las broncas continuas, las huidas del hogar, la relación con aquel desalmado venido de lejos, el embarazo imprevisto, el abandono del padre, el nacimiento del nieto...
Fue entonces, sin embargo, cuando por apenas no más de dos años, llegó a conocer algo parecido a la felicidad. Se reconcilió con su hija, le ayudó en la primera crianza del chaval, y disfrutó cuanto pudo de un niño adorable, extrovertido. Si, algo parecido a lo que debía ser la felicidad...
Pero de nuevo eso duró poco. Cuando la criatura no era más que casi un bebé, fue su hija quien le dejó tras un absurdo accidente en la autopista. Y eso no fue todo. El padre apareció reclamando al infante. Intentó luchar para evitar que se lo arrebataran, también, como todo lo demás. Reivindicó sus derechos, aunque solo fuera al menos con un mínimo régimen de visitas. Pero fue en vano. Ni los estirados abogados a los que no podía pagar, ni la cerrazón de los impasibles jueces, ni sus escasas fuerzas después de tantos golpes asestados por la vida, pudieron hacer nada. Una mañana de invierno, sin tiempo a una mera despedida, sin permitirle siquiera un último beso, aquel hombre extranjero se llevó al chiquillo. Para siempre. Jamás volvió a verlo. A partir de entonces todo no fue sino un continuo desgarro en vida, preguntándose día tras día que habría sido del niño, del muchacho, del joven, del hombre…
Por fin. Ya ha llegado. A su hora. Como siempre. La anciana le observa unos instantes a través del cristal y en seguida abre la puerta.
-Buenos días- dice con su hilillo de voz.
-Buenos días, señora - saluda él. - Parece que otra vez tiene usted correspondencia. No falla ni un solo día, ¿eh? Alguien debe quererla mucho. ¿Tal vez un admirador secreto?- pregunta él guiñándole un ojo cómplice.
-¡Oh! Vamos, hombre, no bromee usted. Son cosas normales, ya sabe, los bancos, el ayuntamiento, amigos de fuera, cosas de esas...- miente la anciana con cierta vergüenza.
-Está bien, no es asunto mío. Pero ya le digo yo que cada vez que vengo a esta casa la encuentro radiante, y seguro que es por las cartas - dice él sin querer hacer notar a la anciana que el matasellos de los sobres delata el envío siempre desde un mismo lugar, desde ese lugar.
-Bueno, bueno, no me sea usted adulador. Ande, váyase y llévese estas pastas para el desayuno. Están recién horneadas - apremia ella.
-Está bien, gracias por las galletas. Me mima usted demasiado. Mañana seguro que vuelve a verme.
-Será un verdadero placer- dice ella con total sinceridad.
-El placer será mío- dice el con idéntica  franqueza.
La anciana entra de nuevo en la casa y se dirige con calma al pequeño escritorio al lado de la chimenea. Allí, en un caja de hoja de lata, revuelve todas las cartas que ha ido recibiendo, deja la de hoy y toma la primera que escribió, hace casi dos meses:
"Querido nieto. Después de tantos años sin saber de ti, hoy, casualidades de la vida, me he enterado que has vuelto al pueblo que te vio nacer. La alegría ha sido inmensa porque al fin podré verte, mi familia, mi única familia. No sé mucho mas de ti, tan solo que estás trabajando... como cartero..."
Tiene que decírselo. Ha llegado el momento. Si, mañana lo hará. Se lo dirá mañana.
El hombre abandona lentamente el jardín. Siente una especial simpatía por aquella octogenaria, tan sola..., escribiéndose cartas a sí misma para sentirse arropada. Sin saber que hay alguien que realmente la quiere. Alguien que ha vuelto al pueblo tras muchos años de ausencia, hace apenas dos meses, en busca de sus raíces. Alguien que ha descubierto que aun vive la yaya que le crió, su familia, su única familia. Hasta ahora no ha querido decirle nada. No sabe realmente lo que sucedió y se ha pasado toda una vida escuchando de su progenitor maldades sobre aquella mujer perversa, la madre de su madre, el mismo diablo, que siempre quiso separarles. Pero es listo y siempre dudó de la versión paterna. Y más ahora que ha descubierto en su abuela a esa anciana entrañable. Si, ya ha llegado el momento. Tiene que decírselo. Se lo dirá mañana. Mañana lo hará.

5 comentarios:

  1. Enhorabuena. El relato es estupendo. La historia es preciosa y está realmente bien escrito. Sólo he leído este, no puedo opinar del resto, pero desde luego que éste es un magnífico relato. Meletea.

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  2. Muchísimas felicidades a todos los que este año han participado en el certamen más mágico del mundo y al ganador decirle que le esperan unos días maravillosos!!! Un abrazo enorme para Rosa y Sebastián que desde aquél segundo certamen, ya forman parte de mi vida y de mi carrera literaria.

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  3. ¡¡Gracias Cristina!! ¡TE QUEREMOS!

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  4. el abogado del diablo15/6/12, 6:46

    ¿de verdad no había nada mejor? Mala puntuación repleto de frases hechas, de tópicos, puntos suspensivos que desvelan impotencia a la hora de narrar, errores gramaticales y sintácticos, y sobre todo, una historia. (?) previsible, cursi,manida y hueca.

    El jurado se ha lucido

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  5. Sergio Generelo Tresaco20/6/12, 12:02

    Saludos. Deseo agradeceros los comentarios positivos sobre mi relato (y también las críticas, que de todo se aprende). Ya tengo ganas de que llegue el día de conocer la Chamba por que, por lo que voy leyendo, va a ser fantástico. Un abrazo.

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