7/10/15
9/7/15
TANGOS DESDE EL AIRE
Con esta película realizada por Ángel Sánchez abrimos la Velada Literaria de este año.
8/7/15
LA MAGIA DE LAS PERSONAS... V VELADA LITERARIA "LA MALETA DEL TÍO PACO"
Los días y horas previas a la llegada de los escritores y participantes ,actores, jurado, bailarines... son agotadoras, más que nada porque hasta que no llegan no estamos tranquilos...-¿Por donde vais?,-¡Ay Rosa, que estamos en medio de la nada! - ¡¡Dios mío, ya se nos han perdido los actores y bailarines que vienen en el mismo coche!! -Que no cunda el pánico, tranquilos, reubicaros , ¿no os habréis ido a Fontanar de Guadalajara, no?....
-Por favor, alguien que le "pille de paso" Jerez y pueda recoger a la ganadora, que está por allí trabajando este finde...¡Yo puedo! ¡genial!, que a la ganadora se la trae el sobrino del tío Paco que viene de Cádiz...Tenemos otro miembro del Jurado y una participante sin vehículo , están en Málaga ¿Alguien que las traiga?¡ Solucionado también! ¡Ah, y las cantantes!, apunta en la agenda que tenemos que recogerlas en Baza a las doce...los demás bien, no? -Sí- el cuarto clasificado ya viene de camino desde Segovia, El ganador del último certamen llegará mañana, desde Madrid, Oye, el chico de la ganadora que viene en avión Barcelona-Granada y luego se alquila un coche ¿ha llegado ya?- Síiii , que dice que ya está en la rotonda del toro...etc etc etc....
Cuando por fin están todos ubicados, el corazón se ralentiza pero a la vez comienza a latir intensamente porque empezamos a conocer a personas extraordinarias, entrañables, buenas, comprometidas en este proyecto y deseando compartir todas las horas que nos quedan hasta la Velada Literaria. Y no hay mejor magia que esa, el encuentro entre personas unidas por inquietudes afines, ya sea la literatura, el teatro, el baile, la música...en definitiva el arte, la cultura.
Los casi cuarenta grados a la sombra (y cuarenta y cinco al sol, tenemos la ola de calor encima) no nos amilanaron a la hora de recorrer el entorno.Una parada en el Puente de los ojos ya es tradicional,
visita obligada también es el Pantano de la Bolera y la Cueva del agua..
A las siete de la tarde llovía con fuerza...¡¡Ehhh cubrid el escenario, las luces, los micros...!! -tranquilos, que esto pasa, es solo una tormenta de verano- decía para fuera mientras para adentro musitaba ¡¡por favor que escampe, que escampe ya!! y escampó...por fin.
A las ocho ya estaban listos todos los colaboradores de ese pasaje tan especial, una calle arrabalera en la que los espectadores se encontraron a un grupo de bailarinas dispuestas a enseñarles unos pasos de tango, más adelante una figura imprescindible , "El escribiente de sueños", dispuesto a escribir todo lo que le pidieran.También en ese mágico arrabal no pudieron faltar dos personajes inigualables en la historia de los tangos y boleros, Carlos Gardel y Antonio Machín que firmaron autógrafos a un numeroso público...
Y llegó la hora de la Velada, la noche serena, las estrellas en el cielo, el sonido del Caño de San Antonio. Con "Tangos desde el aire", una película realizada por Ángel Sánchez comenzamos la Velada. Todo se desarrolló fluidamente (alguna "cosilla" técnica, pero ya no me acuerdo) ante un público muy entregado al espectáculo que le ofrecimos, donde la literatura , la música, la danza el teatro y las marionetas se fusionaron en una noche mágica.
¡¡GRACIAS!! a todos los que nos ayudasteis a que fuera posible. No digo nombres, porque seguro me olvidaré de alguien, prefiero que cuando leáis estas letras os reconozcáis y podáis decir ¡yo fui uno de ellos!
Todo lo que hemos compartido ya está en ese espacio de nuestra memoria donde se guardan los momentos más especiales de nuestra vida.
La maleta del tío Paco es mucho más que un certamen, mucho más que una Velada, es una especie de imán (no sé explicarlo mejor) que atrae y une a personas que están en la misma sintonía, y eso genera toneladas (no sé como medirlo mejor) de energía de la buena. ¡¡¡¡GRACIAS!!!
27/6/15
"CASAS-CUEVA-TROFEOS"
Estas "casas-cueva-trofeos" las he pintado para entregar a los finalistas de un concurso de relatos muy especial ¿Qué concurso será?...pues uno donde todo se organiza de forma muy "casera"...
¿Qué tenemos?, pues tenemos una casa-cueva, piedras, muchas piedras, entusiasmo, amor por la literatura, el arte, la naturaleza, buenos amigos, ganas de hacer más buenos amigos...eso es lo que tenemos. Y si todo eso lo metemos en una coctelera y agitamos bien, conseguimos una deliciosa bebida para saborear en compañía...el concurso de relatos "la maleta del tío Paco" y su inseparable Velada Literaria.
No sé por qué me ha salido esto, será porque mientras escribo me tomo un Gin tonic de London nº 1 y Nordic blue, una combinación perfecta recomendada por Carlos Garrido, ganador del anterior Certamen y gran conocedor del mundo de las Gines y las tónicas.
Por dónde iba...pues eso, que ya están preparados estos trofeos y que tenemos la Velada Literaria muuuy cerquita, el próximo sábado nos vemos en El Caño de San Antonio, en Fontanar ¡NO FALTÉIS!
24/6/15
17/6/15
PREPARANDO LA VELADA
Ya tenemos la V Velada Literaria detrás de la esquina y aquí estamos dándole vueltas a
la cabeza… intentando colocar cada pieza
del puzle en su lugar y que nada se descuadre, procurando organizarlo todo con
claridad, calidad y calidez, porque si logramos que funcionen estas tres ces,
¡éxito seguro!.No es fácil, creedme, pero merece la pena conseguir que el
público siga sorprendiéndose cada año con la puesta en escena que creamos,
siempre en función del tema del concurso. En este caso serán los tangos y
boleros los protagonistas de la recreación de un ambiente en el que la música de estos dos géneros será el hilo conductor de la noche. Y para conseguir
esta puesta en escena contamos como siempre con colaboradores que aportan todo
su arte para que la Velada sea mucho más
que un evento donde se leen relatos…no nos olvidamos de que es una Velada
Literaria y la literatura su protagonista, pero se unen otros elementos que le
aportan un brillo muy especial: la
música, la danza, el teatro y hasta el cine hacen de la Velada Literaria “La
maleta del tío Paco” un evento que a nadie deja indiferente.´
Comenzaremos como siempre con la proyección (estreno riguroso) de un vídeo de nuestro
incondicional colaborador Ángel Sánchez. En él veremos “con otros ojos” el
maravilloso paisaje que nos rodea…
En esta quinta edición, la Rambla de Fontanar se convertirá en un
pasaje salpicado de personajes, música y
acciones que nos transportarán a los arrabales …¡pero qué hago! Estoy
desvelando demasiado…y una Velada desvelada no tiene ninguna gracia. ¡Mejor
venid y disfrutad de la noche!.
¡Ah! y ¡cómo no! contaremos con la presencia de la ganadora de
este año, Rosa María Alcalá (Barcelona), y los finalistas: Paloma Hidalgo
(Madrid), Juan Andrés Saiz (Segovia), y el
ganador de la cuarta edición Carlos Garrido (Madrid).
Es una suerte poder contar con todos ellos, procedentes de puntos
tan diversos del mapa. Nos sentimos afortunados por conseguir que “La maleta
del tío Paco” se haya convertido en un punto de unión para todos los
concursantes que deciden compartir esta propuesta.
Gracias a todos los que colaboráis con nosotros en el desarrollo de la Velada y al Ayuntamiento de Pozo Alcón por su implicación, apoyo y confianza en este proyecto.
La V Velada Literaria comenzará a las 21,30 y acabará …..eso ya no se sabe.
¡Os esperamos! Estáis todos invitados a compartir una noche
mágica...
11/6/15
4º CLASIFICADO: "DAME TUS MANOS, VEN, TOMA LAS MÍAS". AUTOR:JUAN ANDRÉS SAIZ GARRIDO
Jueves,
12 de mayo de 2005. 11,25 de la mañana. Me encuentro en la puerta de embarque
D-58 de la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas, a la espera de tomar un vuelo
con destino a la isla de Gran Canaria. Entre el denso trasiego, fijo la mirada en
una figura menuda, un bigote universal, un pelo blanco inmaculado... ¡Es
Gabriel García Márquez! Y va a pasar cerca de mí.
En
el corcho de una sala del Servicio de Urgencias de Atención Primaria de Segovia,
la doctora Carmen Castaño ha pinchado una cita que habla de las ocasiones
perdidas: “Uno recordará siempre a la muchacha a la que nunca declaró su amor,
al grupo que nunca oyó tocar en directo, al ponente al que no se acercó... La
lista se hará muy larga, pero hay que evitar que lo sea demasiado”. Por
timidez, inseguridad o pudor, han sido muchos los momentos importantes que no
supe atrapar al vuelo; y tengo la convicción de que la vida se resume a cuatro
emociones… y poco más. Esta vez no; hoy no me quedo parado, viendo cómo se me
escapa otra vivencia irrepetible.
Con
respeto ceremonioso, me lanzo: “Don Gabriel, maestro, ¿me permite que estreche su
mano?” Clavo mis ojos en los suyos y aprecio, según extiende sus brazos, que
acepta mi ruego. A partir de aquí me dejo guiar por el lenguaje de los ojos y
no presto atención a los detalles formales: no sé si viste camisa o chaqueta,
si lleva bolsa de viaje o maleta, tampoco me fijo en quién le acompaña... Sin
escalón intermedio, me tiro de golpe al trato cálido y cercano: “Gabo,
compañero, no sé cómo darle las gracias por haberme llenado la cabeza de sueños
y marcarme la senda por la que camina el universo de las palabras. Siempre que
tengo algo que contar, escribo.” Y, como un torrente, le hablo de una fiesta
singular en Panamá, con Omar Torrijos como anfitrión, Felipe González, Enrique
Sarasola, el Negro Betancourt y él mismo.
-Eso
fue en El Farellón, la residencia de Omar ¿Y usted dónde estaba para conocer ese
suceso?
-¡Qué
más hubiera deseado yo que haber estado allí, maestro! Me lo contó Enrique Sarasola,
y Felipe González completó algunos detalles.
Con
sonrisa amable, le pregunto si sigue enfadado con Felipe, y no se incomoda: “No
he tenido tiempo de estar con él, le veré en el próximo viaje”. Deduzco, pues,
que ha estado en España y que va a tomar un vuelo de regreso a Colombia o a su
residencia habitual, en la ciudad de Méjico. Me complace que la aireada distancia
entre ambos no sea tal. Brevemente, lamentamos la reciente muerte de Sarasola;
y ahora es el escritor quien me pregunta: “¿Conoció usted a ese indiano? Era un
personaje singular; tenía gracia cantando boleros”.
-Ya
lo creo, maestro, durante un tiempo nos reímos mucho juntos; en cualquier
sobremesa, sobre todo si había alguna mujer bella de por medio, le gustaba
rematar con aquello de “"Túúúú me acostumbraste/a todas esas
cosaaaaaaaaas”. No necesitaba orquesta ni micrófono, le bastaba con un mechero
o un vaso vacío. Me consta que también cantó en la velada de Panamá. Me la
contó tantas veces y con tanta pasión que podría recrearla en un par de minutos.
¿Le importuno?
-No. Aún
tengo tiempo para el embarque; me despierta curiosidad saber cómo recordaron
aquello esos dos huevones. Le escucho.
-Según me contaron, fue
en mayo de 1979, después de que Felipe González cogiera un tremendo rebote y
dimitiera como secretario general del PSOE, en un congreso del partido bastante
movido. Al día siguiente, se marchó con Sarasola a Panamá, donde les esperaba
Omar Torrijos; usted apareció a los pocos días, procedente de La Habana, con
sendas cartas de Fidel Castro para Omar y Felipe, y cargado de regalos: una
caja con seis botellas de Havana Club y otra de Cohíbas.
-Cierto; los habanos
llevaban la bandera de Panamá y el nombre de Torrijos en la vitola. A Fidel le
ha gustado siempre cuidar esos detalles con su gente cercana. El ron era un
añejo, reserva especial.
-Sigo, Omar andaba
entonces rematando los flecos del tratado del canal con los Estados Unidos y
estaba muy contento con el resultado. Organizó una cena en su residencia del
Farellón, donde entre todos le pegasteis un buen repaso a Felipe para que
retomara cuanto antes la dirección del PSOE, en especial Betancourt, el
secretario de Torrijos, que era un tipo muy agudo para los análisis políticos.
Tras los postres, el
anfitrión levantó una copa de champagne y formuló el deseo de poder ver a su
“ahijado” Felipe como presidente de España; el segundo brindis fue para que usted
recibiera pronto el Nobel. Luego, usted entonó un son cubano y se marcó unos pasos
de baile, simulando, con la parte delantera de su camisa cimbrear a una
imaginaria pareja. Ahí le dieron a Sarasola que, a falta de micrófono, tomó una
copa vacía de la mesa y comenzó a cantar un bolero de Lucho Gatica: “Dicen que
las distancia es el olvidooo…” Y antes de terminarlo, enlazó con otro de Nat
King Cole, imitando su voz y sus gestos: "Ansiedad, de tenerte en mis brazos/musitando… palabras de
amor”.
En la terraza, unas
camareras preparaban un buffet con bebidas. Betancour se apartó a un sofá para
seguir hablando con Felipe, que encendió un Cohiba. Omar se pasó al añejo
cubano. Usted se dirigió a una de las camareras y, tomando sus manos, le cantó
meloso y grave: "Dame tus manos, vennn, toma las míííaasss..." Sarasola
completó el peculiar dúo: "Que te voy a confiaarrr las ansias
míííaasss..."
-No va usted muy
descaminado. Poco más o menos, así ocurrió, aunque hubo más boleros; una vez
que el pendejo de Sarasola empezaba a cantar, no tenía freno. Me agrada
recordarlo.
-¡Seguro! Él me dijo
que entonces usted dejó de simular el baile con su guayabera y atrajo con
ceremoniosos ademanes a la otra camarera, para embarcarla en la danza del
acaramelado bolero, al tiempo que le susurraba al oído: "Y esas palabras
sooon:/¡Cómo me guussstaasss!"
Mientras tanto, los
destellos de una tormenta comenzaron a iluminar las aguas del Pacífico. De
repente, comenzó a llover con sonora intensidad. Omar y usted se animaron
mutuamente a bañarse. Tras unas bromas sobre quién tenía mayor necesidad de
espabilar la borrachera, Omar, que era mucho más corpulento que usted, le cogió
en brazos y le llevó en volandas hasta la playa. Después de algunos chapoteos y
despojarse de las guayaberas, regresaron ambos dando atropelladas zancadas por
la arena. Al llegar a la pradera, se dejaron caer, boca arriba, con los brazos
extendidos. Cantaron y rieron durante unos minutos, como si la cálida lluvia
recargara sus sobradas dosis de felicidad y alegría. Sarasola, desde el porche,
contemplaba el espectáculo y apuraba su enésimo "cubalibre".
Al día siguiente, los
españoles regresaron a España. En septiembre, Felipe fue elegido de nuevo
secretario general de su partido, en un congreso extraordinario. En 1981, la
avioneta de Torrijos se precipitó inesperadamente en la jungla, muriendo los
seis ocupantes. En octubre de 1982, el PSOE ganó las elecciones generales por
mayoría absoluta. Ese mismo año, en diciembre, usted recibió el Premio Nobel de
literatura; y a pesar de la rigurosa etiqueta sueca, se presentó al solemne
acto ataviado con el tradicional liqui liqui colombiano. Betancourt no pudo
llorar la muerte de su compadre Omar ni celebrar en 1982 los días de gloria de
Felipe, en Madrid, y de usted, en Estocolmo, pues murió en 1980, cuando su
cirrosis hepática se le complicó con un fulminante tumor de páncreas.
Sarasola falleció hace
poco más de dos años, a causa de las metástasis de un cáncer de vejiga, aquí,
en Madrid. Cuentan los sanitarios del Rubert Internacional que no paró de
cantar boleros hasta el final.
-Así es, desgraciadamente;
ya sólo quedamos Felipe y yo. La vida es muy corta.
Mira su
reloj. Antes de que esboce la obligada despedida, me anticipo y cuido mi adiós:
“Que los Dioses te den mucha salud, compañero”. Me inclino con la
intención de asir sus dos manos, pero enseguida se suelta para darme un abrazo
cálido, al que me entrego. A un par de metros, Marisa ha contemplado la
entrevista y luego ríe, con gesto cariñoso, al verme tan nervioso e iluminado.
Una
vez acomodado en el asiento del avión, estoy como ausente, flotando en una nube
y reviviendo mentalmente cada detalle del encuentro excepcional. Antes de
despegar, no puedo frenar el impulso de llamar con el móvil a un escritor amigo,
para compartir con él la emoción.
Gran Canaria es una isla de
ensueño, que baila entre lo real y lo fantástico, algo así como el Macondo
mágico de Cien años de soledad, fruto
del genio creador de García Márquez. La isla ha cambiado y nosotros también, pero
eso no impide que Marisa y yo, treinta años después de nuestra luna de miel,
volvamos a ser razonablemente felices durante estas cortas vacaciones. Corrijo a
Joaquín Sabina cuando en uno de sus boleros canallas dice: “En Macondo
comprendí/que al lugar donde has sido feliz/no debieras tratar de volver”.
3º CLASIFICADO: QUE UN HOMBRE MACHO NO DEBE LLORAR.. AUTORA: ISABEL FERNÁNDEZ-ARROYO SÁNCHEZ-MIGALLÓN
El ensayo empieza a las 9. Tengo que
comer algo dejando una hora y media para la digestión y para que mi equilibrio
sea idóneo. Son las seis y media y no he dormido casi nada.
Ella me vuelve loco.
Flexiono la columna hacia atrás y me
doblo sobre el estómago para conseguir ablandar mi cuerpo. Suelto los brazos
como quien se quita un bicho con miedo, pero sigo tenso porque ella me vuelve
loco.
Ayer me llamó para quedar. Hay cosas que
debemos mejorar. Movimientos deliberados y sobretodo conseguir que la emoción
se evidencie, hemos de hacer espectáculo de algo tan intenso como es el amor y
los celos, el odio, la salvaje y exquisita muerte.
El viernes estuve a punto del colapso.
Golpeo recordando, la cabeza contra la pared como castigo a tanto desvarío y a
esta falta de control sobre los pies y las manos, sobre mi lengua que lame cada
soplo con que me calienta al apretarnos.
Cuando llegué la vi sentada en el
banquillo, estaba casi desnuda, se masajeaba las plantas de los pies y los
tobillos, y el pecho caía sobre las piernas con el peso exacto de mi propio
deseo. Decidí mirar hacia el espejo para recuperarme, para reconocerme, para
eliminar todo su fuego de mi estómago.
“
Siga un consejo, no se enamore y si una vuelta le toca hocicar, fuerza canejo,
sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar…”cantaba Gardel y nos
preparamos en esa parte, para seguir bailando como si hubiéramos empezado en la
primera nota. Acordamos comenzar el baile en distintos tiempos de la canción
para saber retomar si nos perdíamos. Desde luego que era el ejercicio que más
me convenía porque yo bailaba perdido siempre.
Le rocé la cintura y ella se volvió con
la boca medio abierta, bajándome la mano por la espalda, con los ojos
entrecerrados muerta de amor (en la óptima interpretación de un profesional),
acercó su frente a la mía mientras que su pie derecho pasaba exactamente, sin
roce, entre los míos y con un violento golpe me desplazó la pierna.
Después trepó sobre mi rodilla y un
balanceo imposible nos hizo parecer uno.
Si alguien me pide que describa ese
momento habría de dirigirme al más erudito psicólogo, al más consagrado
antropólogo, al más brillante poeta y estoy seguro que lo haría de pena sin
sentirlo. Las emociones son indescriptibles, no hay palabra ni forma gráfica
que exhiban exactamente su identidad.
El baile se ha convertido para mí en un
combate, a menudo me reprocha la fuerza innecesaria en algunos pasos. No lo
entiende y yo no puedo explicárselo. El deseo de besarla en cada aproximación
se torna una valentía de gladiador para rechazar mi propio instinto.
Es el olor, el calor de las caderas que
son mías dentro de este contrato mercantil que descarta el desorden. Es la fría
técnica que me recuerda hasta dónde han de llegar mis posibilidades. Es la
valentía con que su presencia se convierte en solo un movimiento.
Sigo como un hipnotizado sus puntos
ilíacos y huelo la nuca que me ofrece en una negación planeada de hembra desdeñosa
y a la vez sumisa.
Me giro tosco, como un dios indignado,
esperando su regreso de un par de metros y ofrezco la boca, perdiendo el beso,
lamentando que solo sea un baile que se queda en la sangre.
Hubo un día hace unos meses, en uno de
esos momentos en los que uno decide tirarse desde el cielo más alto, que estuve
a punto de confesarle mi ambicioso deseo de quererla más allá de lo humano,
había simulado mi actuación cientos de veces en casa. Lo repetí hasta saber de
forma exacta en qué momento debía mover las pestañas…
-…Isabel… no sé si te has dado cuenta de
lo que siento. Creo que es desde el primer día, sí, desde ese día que nos
encontramos en la selección. (Tú movías los pies como si todo lo que te
importara fuese bailar o conseguir un sueldo tirano.
Pasamos el día entero dentro de una
sala, cambiamos de pareja unas doscientas veces, ciento noventa y nueve para mí
fueron huérfanas de pasión, y me maldije por haberme dejado llevar, yo que
sabía exactamente cuál era la radiografía de un tango y sus consecuencias. Yo
que volvía cada noche a casa seguro y desconcertando al amor, porque el amor ya
me esperaba, con la mesa puesta, con la cama blanca y un futuro hambriento).
Isabel… no sé si te has dado cuenta de
lo que siento…
Sobrevoló esta frase mareándome mientras
la miraba, acuchillando mis sienes, sintiendo en la garganta el fuerte golpeteo
del corazón.
Isabel… no sé si te has dado cuenta… que
no sincronizamos la tercera vuelta…
2º CLASIFICADO: MUCHA CEBOLLA . AUTORA: PALOMA HIDALGO DÍEZ
Acuérdate, era martes, y regresabas de
llevar al niño a su clase de inglés. Viste el cartel por casualidad, cuando
empezó a llover y te refugiaste en la marquesina de la parada del autobús,
pensando que sería un chaparrón. Allí estaba. Rodolfo, profesor de baile, especialista
en tangos y boleros. Clases a medida. Anímate y prueba, sin compromiso. Cogiste
uno de los tres papelitos que quedaban con el número de contacto, y lo
guardaste en el bolsillo trasero del vaquero. Y sin querer, comenzaste a
tararear algo, que de haber tenido buen oído, debía haberse parecido al bolero
que tarareaba tu madre cuando preparaba tortilla de patatas y echaste a andar.
La banda sonora de las cenas de tortilla y ensalada de tu infancia en tus
labios, y cientos de gotas, que no sentías, recuérdalo, repiqueteando sobre tu
cabeza. Llegaste empapada, pero contenta. Con una sonrisa sutil colgada de los
labios que te sorprendió en el espejo del cuarto de baño.
Tardaste más de una semana en decidirte.
En descolgar el teléfono. En escuchar la sugerente voz de Rodolfo, y en aceptar
una clase de prueba en tu casa otro
martes, mientras tu hijo pequeño se esforzaba en aprender la lengua de
Shakespeare, tu hija estaba en la facultad, y tu marido en la oficina. Pensaste
que era argentino, aunque resultó ser uruguayo; le imaginaste moreno, cuando en
realidad su pelo castaño claro y ensortijado le quedaba muy bien. Pero
acertaste en el color de ojos, negro, un par de carbones que tiznaron,
paradójicamente, de rojo tus mejillas. Lo que nunca habrías imaginado, el
perfume de sándalo y madera que despedía su piel, fuera sin embargo lo que te
rendiría; al momento de respirarlo sabías, porque en tu interior ya ardía algo, que le ibas a contratar. Antes
incluso de que sonase en el equipo de música que trajo consigo el primer compás
del bolero; del bolero con el que tu madre preparaba sus tortillas. Antes
también de que sus pies acariciaran tu parqué. Y antes, mucho antes, de que sus manos se
adueñaran de tu cintura.
Rebusca en la memoria las semanas que
siguieron. Hazlo, por favor. Revuelve los recuerdos, y déjalos flotar
ingrávidos. Los martes pasaron a ser tu día favorito. Y la tortilla y la
ensalada, las estrellas de las noches de los miércoles y de los sábados. Te
sentiste guapa un par de veces, puede que tres, al pintarte los labios de rojo,
tras recogerte el pelo y dejar al descubierto esa nuca que Rodolfo te hacía
calentar antes de cada clase. Te lo merecías, no seas tonta. Te merecías bailar
un tango con la pasión que él
contagiaba. Tu piel necesitaba emborracharse con las letras desgarradas
de los tangos que escogía para levitar contigo al son del bandoneón. Tus pies,
perderse entre los suyos. Tu cuerpo, las quebradas y las caminatas, los cortes
y los abrazos estrechos, los firuletes escuchando el susurro de cuerpo al lado del tuyo. Ahora
lo sientes de nuevo, claro. Cierra los ojos y déjate llevar hasta los martes de
pelvis adheridas al ritmo de bolero, de pasitos cortos acompasados; hasta
respirar la música como entonces. Al bailar volviste a ser tú, esa tú vibrante
y sin ojeras que ya no veías en el
espejo cada mañana. Y te gustó.
Tu rutina se lustró con el betún
incoloro de las fantasías.
De seis y media a siete y cuarto, cada
martes, bailando abrazada a Rodolfo te acostumbraste a soñar despierta. Te
despertaste de golpe el día que te preguntó si durante las vacaciones de Semana
Santa, ya próximas en el calendario, querías que siguiera viniendo. Habías
olvidado que el tiempo seguía guillotinando los minutos como siempre, aunque
resonaran en tu salón Aníbal Troilo o Libertad Lamarque, Los Panchos o Lucho
Gatica. Y sí, claro que recuerdas que fue un domingo, mientras tu marido veía
como perdía su equipo de fútbol en ese mismo salón, cuando tomaste la decisión
de llevar ese juego de seducción controlada del baile un poquito más allá. O un
muchito. O más aún. Que saliste a tirar la basura pensando en arreglarte el vestido de tirantes negro,
en los zapatos de charol y en comprarte en el mercadillo al día siguiente una
flor roja, que enredar en tu pelo. ¡ Tú que decías que el rojo no te favorecía!
Y en pedir cita en la peluquería de la esquina, los bucles, todo el mundo te lo
dice, te sientan mucho mejor que el pelo liso; y pensaste en su voluptuosidad
esparcida sobre tus hombros y tu nuca.
Todo, ese martes, parecía empujarte a
consumar tus planes: tu hija y sus ganas de ir al cine con una amiga a la
salida de la facultad; la necesidad imperiosa del pequeño de quedarse a dormir
en casa de uno de sus compañeros de inglés, con la excusa de hacer un trabajo
de final de curso, y las horas extra de tu marido, que llamó a medio día para decirte
que iba a llegar tarde, quizás a tiempo de cenar. Las monedas también caían de
cara, pensaste al ponerte el vestido, tras dejar a tu hijo en su academia, y no
hubo dudas en tu mano cuando escogió el perfume, y no el agua de colonia de
lavanda de diario, ni cuando instalaste el compact disc de Piazzolla en tu
reproductor; aunque luego, a bote pronto, te apeteciera recibirle con un bolero
de los Panchos, " Sin ti", para que fuera abriendo boca, y ojos,
sobre todo ojos.
Y llegaron las seis y veintinueve mientras
te pintabas de rojo la boca ansiosa por conocer el roce de la suya. A y media,
puntual, sonó tu timbre. El corazón amenazaba con salírsete del pecho, pero le
convenciste para que no te abandonara precisamente entonces, y a su ritmo, te
encaminaste a la puerta.
Como siempre, Rodolfo, besó tu mano y
colgó una sonrisa de sus ojos de noche sin luna. Elogió el bolero elegido, pero
te propuso empezar con algo que no conocías, "Un arco iris en el
alma", un tango de Juan Darthés, para el calentamiento. Y pensaste, ¿aún más? ¿Era posible encenderse
aún más? Si te ardía la piel, si los labios quemaban, si en tus pupilas efervescentes
se entibiaba ya su rostro amable. Recuérdalo, sí era posible, tu sangre más
caliente aún, te recordó que estabas viva, a mil kilómetros de esa rutina que
te estaba apagando.
Y comenzasteis a bailar, Rodolfo
recorrió tu espalda con su mano hasta ubicarla en ese punto justo que te
convertía en tu otro tú. Retuvo tu mano en la suya unos instantes y antes de
que te dieras cuenta, tu cuerpo se enredaba con el suyo, tu perfume se
amalgamaba con el de él, y tus labios buscaban los suyos. Ante tu
intemperancia, tu profesor, se detuvo. Te hubiera gustado desaparecer,
atomizarte, licuarte en un charco de sudor y lágrimas; pero seguiste allí,
frente a él mientras te pedía disculpas si algo en su actitud te había hecho
pensar que él te deseaba. Aunque al minuto te escuchaste excusándote por
desearle tú, aún no tenías claro si debías pedírselas, que las fantasías que
nacen con vocación de realidad no tienen la culpa de que el destino se ría de
ellas. Pero lo hiciste y basta. Para Rodolfo y sus tendencias sexuales tú eras
mucha hembra, demasiada. Te lo tenías que haber imaginado, lo debías haber
visto, pero no hay mejor ciego que el que no quiere ver. Como no hay peor
enemigo que uno mismo.
Cuando se fue, sin cobrarte los
honorarios del mes, en un gesto vano de compensarte, buscaste a Enrique Santos
Discépolo y su "Cambalache" para cambiar tu vestido negro por el
chándal gris, recoger tus bucles en una coleta baja, a la altura de la nuca que
ya no volverías a estirar, sustituir el
carmín por cacao, y rociarte de agua de lavanda de arriba a abajo. Y de
izquierda a derecha.
Y vuelve a tu vida.
Convéncete, eso fue todo, y nada. Porque
fue nada.
Mírate,
ya vuelves a ser tú, ese tú que luce ojeras y delantal y escucha " La
Barca" cuando prepara la tortilla de patatas, y la tararea como hacía su
madre. Y llora todo lo que quieras, que estás picando cebolla. Mucha cebolla.
ROSA MARÍA ALCALÁ HIDALGO, GANADORA DEL V CONCURSO DE RELATO CORTO "LA MALETA DEL TÍO PACO"
De
repente una llamada te deja el suelo lleno de confeti, la ilusión por las nubes y el estómago a
reventar de mariposas.
Un
tango inspirador, una maleta que esconde una caja de música, un puñado de musas
revoloteando aquella mañana de mayo y….
Volver….como
un acertado preludio anunciador, la voz de Gardel se enredaba entre las
palabras de un relato que nacía a orillas de la ilusión de ser otro más de los
que llenaran la herencia que nos dejó el Tío Paco.
Quién
sabe si con más sorpresa o emoción, lees tu nombre en el blog con un
“enhorabuena” al lado y no tienes más remedio que creer que la fortuna a veces se
pone de tu parte y te da el superpoder de calar, por segunda vez, en la piel de
quienes han leído tu historia.
Volver…Qué
fácil es a veces dejarse llevar escribiendo y, sin embargo, en este momento,
qué difícil resulta intentar explicar a qué se debe esa enorme sonrisa que me
acompaña y lo que sientes cuando se te están abriendo de nuevo, de par en par,
las puertas de la Chamba. Te emocionas como la primera vez (o más, si cabe) y sólo
se te ocurre dar las gracias por lo afortunada que eres al tener la oportunidad
de repetirlo.
Me
consta que el nivel ha sido muy alto y sólo hay un sentimiento capaz de superar
el orgullo que se siente al representar a todos esos relatos provenientes de
tantas personas y lugares diferentes y es, sin duda, el poder hacerlo por
segunda vez.
Conservo
envueltos en especial cariño los recuerdos de aquella velada mágica, la edición
de mi primer “libro” y un ramito de lavanda; volver será mantenerlos todos
ellos muy vivos…Sin embargo aquí estoy, empapada de los nervios de la vez
primera a sabiendas de que son un auténtico regalo.
“Si me
concedieras este baile” podrías ver brotar a borbotones magia del Caño de San
Antonio…música, cuentos, teatro y tangos… Imposible no desear acompañar a Rosa
y Sebastián, querer formar parte de ese momento y hacerlo convertida en eco, con
la ilusión y la humildad de aquella noche intactas.
Como
sentencia la última frase del relato, la vida es como un tango en el que sólo
debemos dejarnos llevar…eso fue lo que dio forma a la historia que me permite
hoy dar las gracias y volver…volver será un abrazo en el corazón de Fontanar….ése
es, sin duda alguna, el mayor de todos los premios.
10/6/15
RELATO GANADOR
-
Tengo
una idea. Bailemos un tango.
-
¿Cómo?
¿Un tango? ¿Aquí? ¿Ahora?
-
Sí,
un tango. Ya sabes… ese baile en el que dos personas se agarran y se mueven…- ¿cuánto hace que no bailamos,
Manuel?
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo
lejos
van marcando mi retorno.
-
Pero
María….- la interrumpió, sorprendido, sin poder creer lo que estaba escuchando.
Sin embargo, se sentía dispuesto
a entregarse a las voluntades de su mujer: por esta vez no pensaría en nada más. Se olvidaría de que
nunca se le dio muy bien eso de bailar, que no sonaba música alguna a su alrededor y que quizás
alguien les viera allí, lejos de
cualquier pista de baile, comportándose como niños. Por esta vez se dejaría llevar
y lo haría por su esposa, aunque en cualquier otra circunstancia le hubiera
parecido una locura.
-
Vamos,
Manuel, nada me apetecería más que…- no pudo terminar la frase. El brazo firme
de su marido había culebreado ágil hasta su cintura. Con el dedo índice de la
otra mano le estaba acariciando los labios invitándole a no decir nada más.
Son las mismas que
alumbraron,
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.
-
Shhh-
replicó Manuel silenciando cualquier palabra que pudiera interponerse ante sus
intenciones; se acercó al oído de María, “su María” desde hacía cuarenta años y
le susurró con infinito cariño- ¿Me concedería usted este baile?
Sin evitar sonrojarse,
ella asintió sin romper aquel silencio mágico, dejando escapar una dulce
sonrisa de satisfacción por debajo de la nariz.
Y aunque no quise el
regreso,
siempre se vuelve
al primer amor.
Llevaban meses tan
sumergidos en un agotador peregrinaje entre médicos y hospitales que les costó
reconocer al uno el cuerpo del otro. Bastaron, sin embargo, apenas unas
primeras notas de aquella melodía imaginaria para que las alegrías y penas
compartidas y el profundo amor que les unía les llevaran a danzar como si
fueran uno sólo en aquella habitación aséptica y gris de la planta de
oncología.
La quieta calle
donde el eco dijo:
“tuya es su vida, tuyo su
querer”.
Cuando Susana fue a entrar
en la 504 para los controles rutinarios previos a la intervención se encontró a
la paciente abrazada a su marido.
Le había costado aprender
a ver en esos momentos algo que no fuera el miedo haciéndose un hueco en el que instalarse, una despedida a
la que nadie quiere poner nombre. Y sin embargo, allí estaba, con el vello de
punta, recostada en el marco de la puerta, testigo del espacio más pequeño y
más grande entre dos personas, viendo cómo un
hilo de esperanza les unía para siempre. El cariño con el que aquel
hombre agarraba a su mujer, la calma que
le transmitía ella con su sonrisa y los
ojos cerrados le impedían entrar en la
habitación.
Bajo el burlón mirar de
las estrellas
que
con indiferencia hoy me ven volver.
Antes de retroceder y
dejarles unos minutos más a solas, empapándose el uno del otro, Susana pudo ver
cómo desplegaban, como alas, los brazos. La mujer parecía erguirse por encima
de la enfermedad y el cansancio; empezaron
a deslizarse con profunda dulzura sobre
el suelo, a un mismo tiempo, como siendo uno sólo. Un tango.
Volver,
con la frente marchita, las nieves del tiempo
platearon mi
sien.
Cegada por la ilusión de
poder hacer a dos personas un poco más felices, sacó el teléfono móvil del
bolsillo de su bata blanca y estéril. Lo dejó a los pies de la cama, con la voz
de Gardel convertida en apenas un
susurro.
Sentir que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombra
te busca y te nombra.
Sin darse cuenta de la
presencia de la buena samaritana, la pareja siguió bailando a expensas de la
incredulidad de quienes caminaban por el
pasillo, olvidándose del desasosiego mezquino que les esperaba tras la puerta
del quirófano.
María, descalza, dibujaba
con su pie círculos aterciopelados; Manuel, sin separar la mejilla de la sien
de su esposa, entrelazaba en ellos sus pasos
mientras dejaba revolotear su
ilusión, imaginando que era capaz de detener el tiempo.
Vivir, con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.
En los compases de aquel tango improvisado se
disipaba el día en el que, con dedos trémulos, María tropezaba con una pequeña
desesperanza de dos centímetros.
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Con cada paso se iban
alejando de la absurda tumoración que, a pesar de robarle uno de sus turgentes
pechos, no había conseguido partir su
feminidad en dos.
Manuel, que había visto
deshojarse los rizos oscuros de su esposa, seguía viendo en ella a una princesa y,
sosteniéndola con delicada firmeza, se empapaba de las ganas de vivir que la
caducidad de uno de sus pechos otoñales no había conseguido desvanecer.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenan mi soñar.
Para cuando Gardel
terminara su tango, Manuel y María ya se habían prometido que todo saldría
bien, que volverían a verse pronto, con las ilusiones intactas y un nuevo baile
pendiente.
Pero el
viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Susana no tardó en entrar
de nuevo a la habitación. Recogió su teléfono, acompañó a la paciente a
sentarse en la silla de ruedas y, mientras la llevaba al quirófano, se le
ocurrió preguntarse si la vida no es acaso eso, un tango en el que sólo debemos
dejarnos llevar…
Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.
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