tiempo en Fontanar

25/6/13

UN PEQUEÑO PAÍS OS ESPERA...

Este será el documento que os permitirá entrar a un  "pequeño país".. Fontanar, donde podréis disfrutar de una mágica Velada Literaria (y mucho más...) a la luz de su  cielo estrellado...

16/6/13

YA QUEDA POCO...




                      Caño de San Antonio, espacio donde se desarrolla la Velada Literaria

Se va acercando la fecha de la Velada Literaria y las cabezas pensantes ya están en marcha. Hay mucho que preparar para que la noche del 6 de julio sea, como la de todas las veladas, mágica. Para conseguirlo tenemos que “darle muchas vueltas al coco”….no es fácil, creedme, aunque merece la pena conseguir que todo el público que acude esa noche  se sorprenda  con una “puesta en escena” diferente cada año.  Y como os decía, para conseguirlo, además de echarle mucha imaginación, también “echamos mano” de colaboradores fantásticos que desinteresadamente aportan todo su arte para conseguir hacer de la Velada algo más…una gala, un festival…literatura, cine,  teatro, música….todo ello bien enlazado dentro de una noche temática que a nadie  deja indiferente.
Os cuento un poquito, solo deciros que esa noche todos seremos emigrantes en un país que nos acogerá con los brazos abiertos…
Bajo una estrellada noche, comenzaremos l con el estreno del cortometraje de Ángel Sánchez “Historias de emigrantes”, un pequeño homenaje a los emigrantes de nuestra tierra. En cuanto a las intervenciones musicales  contaremos con  La Serrano Blues Band, el Coro “Crescendo” y cuatro fantásticos músicos  que nos sorprenderán con instrumentos tan mágicos como el Hang,  contrabajo, guitarra,  fagot...también contamos con la colaboración de Alex el Zurdo (Vicios caros)…bueno, ¡qué noche nos espera!  
La compañía Surterráneo Teatro se encargará de dramatizar los relatos con el apoyo audiovisual de Francisco Valero. Volvemos a contar con nuestro incondicional Manuel González en luz y sonido. ….en fin ¡que ya no cuento más! ¡Ah, sí!, que por supuesto contaremos con la presencia del ganador de este año, Carlo Garrido, y de los finalistas, de Sergio Generelo, ganador del año pasado, de Rosa Mª Alcalá, ganadora del primer concurso... ¡ay, que tendrá  la maleta del tío Paco que quien prueba repite! …. La hora de comienzo: 21,30, pero la de finalización…ni se sabe.

11/6/13

¡GRACIAS IVÁN! ¡GRACIAS CAMBAYÁ!


Cuando estamos inmersos en la preparación de la Velada Literaria y todo lo que gira a su alrededor…(quién la conoce, lo sabe) o sea, más liados que un carrete, me llega un relato (porque esto es un relato aunque no tenga título) que es un relato- regalo que nos  hacen Iván Úbeda y que nos anima mucho, muchísimo, a seguir con este “lío”. Cambayá  es el grupo de flamenco-fusión del que forma parte Iván, tiene mucho arte . Supieron dar un toque muy personal, complementando cada relato con sus canciones en la Velada Literaria del año pasado. Me ha gustado mucho como describe el espíritu y la filosofía del concurso y su Velada, sobre todo cuando dice que “la Velada se saboreó durante todo el fin de semana”.
Os dejo con sus palabras..¡Iván que grande eres! Grande, no terrible….bueno….un poco también . ¡GRACIAS Por  tus deseos y por esta invitación tan especial!

“Se va acercando la IV Velada literaria de “La maleta del tío Paco”, y se me van removiendo esos recuerdos, que quedaran siempre en mi corazón, al tener la suerte de vivir en primerísima persona la velada del año pasado.
Fue, simplemente, una experiencia de las que te marcan de por vida, tuvimos la suerte de ser invitados para amenizar con una pequeña introducción musical, y una canción entre relato y relato, algo que sin duda nunca olvidare. Aunque siguiera haciendo lo que más me gusta, que es la música, y por muy bien que me fuera, desde luego, ninguna actuación, podrá, ni siquiera, rozar lo que sentí debido al marco incomparable en el que nos vimos envueltos. Todo, fue maravilloso, la entrada en dicho evento, con todo preparado para la ocasión y teletrasportardos a un mundo lleno de sueños. Y como no, tocar para tanta gente, que verdaderamente, sabía apreciar e intuía, que aquellos “músicos callejeros venidos desde Sevilla”, estaban ahí haciendo las cosas de corazón, sin obviar poder tocar debajo del manto de estrellas que ofrece el Fontanar.
Todo empezó viendo el corto del director Ángel Sánchez “La maleta del tío Paco”, seguido con una pequeña introducción por parte de Rosa Nogales Zamora, acordándose de todos, y especialmente a mí, tocándome la fibra sensible en su presentación. Continúo con la lectura de los relatos acompañada por la escenografía sublime del grupo de teatro Malagueño “Bajotierra, teatro”, y fue ahí, cuando si alguien todavía no estaba cautivado por tan linda noche, quedó prendado de ella. Pero ahí no quedo todo, ya que la velada en sí, aunque fuese en esa maravillosa noche del 7 de Julio del 2012, realmente, se saboreó durante todo el fin de semana, con comidas, excursiones y convivencias en general.
Por eso, y muchas más cosas que no degustareis hasta vivirlas, quiero invitar a todo el mundo que pueda, a asistir y dejarse llevar por la magia de Sebas, Rosa, y el Fontanar en general…
Muchísima suerte con la velada de este año…se os echa de menos.

CON TUS DIENTES DE MARFIL (4º CLASIFICADO) Autora: Eva Carmona Ruiz




Los recuerdos acuden fácilmente. Aún me parece estar en ese tren traqueteante de mi primer viaje a Alemania. El dolor en los huesos, durante horas. Y luego, las primeras impresiones de un país extraño, donde todo era novedoso para mí.
Yo tenía veinte años, y dejaba a mi novio de toda la vida en el pueblo.
-Hija mía, ¿dónde irás tú sola?- me lloriqueaba mi madre, intentando hacerme entrar en razón.
Pero no iba sola, hablando en puridad. Había primos, y amigos, y gente del pueblo, y yo pensé, teniendo en cuenta el celo con el que le decían a mi familia que cuidarían de mi y que me vigilarían a sol y a sombra, que lo raro sería que viera a un alemán.

Recuerdo la impresión que me provocaron los alemanes: nunca había visto gente como aquella. ¿Y el idioma? Todas las palabras me sonaban a graznidos de cuervo. ¿Qué decir de la primera vez que vi un váter? En el pueblo íbamos al corral, como todo hijo de vecino.
Y, aún así, me sorprende recordar lo pronto que me adapté. Supongo que siempre he tenido facilidad para el idioma. A otros les costaba horrores. La primera palabra que aprendí fue kartopfen. Patata. La miré en el diccionario, me la aprendí y bajé a la tienda de abajo con ella en la punta de la lengua.
-Kartopfen- le dije al tendero, como si recitara mi frase en una obra de teatro-. Kartopfen.
Yo nunca fui especialmente amante de la canción española (de joven siempre preferí la música más moderna), así que tenía que reírme de mí misma cuando alguno de mis amigos o compañeros españoles ponían coplas y a mí se me saltaban las lágrimas. En especial aquella de
Cuando salí de mi tierra
volví la cara llorando
porque lo que más quería
atrás me lo iba dejando

Pero es que la nostalgia por todo lo mío era terrible.

¿Y, de qué trabajé? Nada que no hicieran los miles de españoles en Alemania, y los miles de turcos, italianos y demás gente: pasé los primeros años trabajando en una fábrica de encurtidos, durmiendo en un barracón. Luego, como criada en casa de una familia francesa. Después, en otra fábrica, y luego en una tienda.

Pero creo que, casi más grande que la impresión que me llevé al llegar por primera vez a Alemania, fue la que recibí al volver a mi pueblo por primera vez, unas vacaciones. Todo me pareció mugriento y feo, y me dio vergüenza de sentirme así. ¡Era mi pueblo después de todo!
Recuerdo que, lo primero que vi antes de entrar a mi casa fue a mi hermana menor sentada en el tranco polvoriento de la calle, renegrida del sol, con las rodillas como cuero y llenas de cicatrices. Le quitaba garrapatas a un perro, con gesto lleno de amor. Éloise, la niña de la familia para la que trabajaba, tenía la misma edad. A esas horas yo siempre la llevaba a clases de piano.

Cuando llevaba en Alemania tres años, una vez me fijé en un hombre joven que se sentaba a mi lado en el autobús. Se montaba en el mismo sitio todos los días, pero, durante semanas, no fui capaz de decirle nada. Se sentaba junto a mí, me miraba un poco y abría un libro. Era rubio, con los ojos castaños y las mejillas llenas de pecas, y yo di por hecho que se trataba de un alemán.
-Guten Tag- me envalentoné un día a decirle.
Y él me miró y se echó a reír. Resulta que era español, como yo.
Pero su risa no me molestó, es más, me resultó agradable. Y hablamos, hablamos tanto que el pobre se pasó su parada y tuvo que volver a pie.
Se llamaba Juan, había llegado a Alemania más o menos cuando yo y trabajaba en la fábrica de Bosch.
¡Mi muchacho de la Bosch! Fue por él por el que dejé a mi novio del pueblo de toda la vida, pero no me arrepentí ni un día. Menos de un año después de conocernos, nos casamos en Alemania, una boda sencilla a la que acudieron sólo nuestros amigos. Queríamos ahorrar el máximo de dinero posible para volvernos a España. Nuestra primera hija nació en Alemania. La segunda, en España.
Hace tres años, se durmió en su tresillo favorito escuchando la radio y no volvió a despertar. No hay un solo día que no lo eche de menos. Pese a todo el tiempo que vivimos juntos, pese a las hijas y todo lo demás, para mí seguía siendo el muchacho de la Bosch.

Los recuerdos acuden fácilmente, pero se van tan rápidamente como llegan. A eso ayudan, y mucho, los gritos que está dando mi vecina, en la cola de la frutería.
-¡Date prisa!- declama, a voz en cuello-. ¡No tenemos todo el día!- y luego añade, en un tono más bajo, para los que esperamos en la cola  (aunque un tono perfectamente audible)- Qué vergüenza, a saber todo el tiempo que lleva aquí y aún no sabe hablar español…Que se vaya a su país.
El objeto de las iras de mi vecina es una chica negra altísima, vestida con un colorido vestido de estilo africano y una especie de pañuelo o turbante a juego. Sobre la espalda, atado a la cintura con un pañuelo grande, un bebé de cabello ensortijado que dormita, ignorando el tumulto que se forma por momentos en la frutería.
La chica ha acaparado todas las miradas desde que ha entrado, aunque casi ninguna de esas miradas es de agrado.
Intuyo, por su aire tímido y casi avergonzado, que hace muy poco que está en España. La escena me recuerda tanto a aquella otra del kartopfen, cuando yo acababa de llegar a Alemania, que no puedo evitar sonreír para mí misma. Pero, ¿qué idea se hará esta pobre chica de España, conociendo a esta vecina loca? Además, que yo la conozco bien. Es de mi pueblo. También fue a Alemania, más o menos cuando yo, y recuerdo que le costó horrores aprender algo de alemán. ¡Si después de llevar allí cuatro años aún se hacía entender por signos!
Yo trabajé en la casa de una familia francesa, y muchos subsaharianos son francófonos, así que no me resulta muy difícil echarle un cable a la chica negra del niño.
-¿Puedo ayudarte?- le pregunto en francés.  La chica parece algo sorprendida al principio, luego me sonríe abiertamente y me indica en francés las cosas que yo pido a la frutera en español. Un kilo de naranjas, un racimo de plátanos, unas peras… ¡no es tan difícil!.
-Algunas personas tienen muy poca memoria- digo con intención, mirando a mi inhospitalaria vecina.
-¡Nosotros, al menos, íbamos con papeles!- me dice ella, muy digna, y levanta la nariz.
Al salir de la frutería, la chica del niño sigue allí, y vuelve a sonreírme. Una sonrisa de dientes blanquísimos.
-Merçi- me dice, amablemente, antes de marcharse. A su espalda, el bebé se entretiene con un gajo de naranja. A mi ella me parece muy joven. Debe ser de la edad de mi nieta mayor. Quizá sólo algo mayor que yo la primera vez que me fui a Alemania.
Y, al acordarme de eso, he recordado  lo que iba a hacer en un principio: comprar un kilo de mandarinas, y luego pasarme por casa de mi hija a dejarle a mi nieta mi viejo diccionario de alemán.
La mayor de mis nietas tiene veintitrés años, y pronto terminará sus estudios (¡qué orgullosos estamos todos de ella! Será la primera universitaria de la familia), pero, con cómo está la situación en el país a día de hoy, no cree que pueda encontrar trabajo aquí, y se está planteando irse al extranjero.
-A Alemania, abuela- me dijo-. Como tú.
Y, aunque sepa que no se va en las mismas condiciones en que me fui yo, me da pena. ¡Mi nietecita! ¿Quién sabe si no se encontrará en Alemania a otra mujer xenófoba y maleducada como mi vecina? Hay que tratar bien a los huéspedes, me digo, pensando en ello. Nunca se sabe cuando te va a tocar a ti serlo de otros.
De modo que, pienso, le llevaré el diccionario a mi nieta. Seguramente tendrá otros diccionarios mucho mejores, y también la ayuda de internet, pero me ha pedido que yo (sí, yo, esta vieja con su alemán pueblerino y ya bastante oxidado) le eche una mano.
-Quizá ese diccionario tuyo sirva como una especie de amuleto familiar- me dijo mi nieta, riéndose de esa manera suya.
Sí, le daré el diccionario “amuleto familiar”, como ella dice, y le diré que la primera palabra que su abuela aprendió del alemán fue kartopfen.

EL SECRETO DEL OTOÑO (4º CLASIFICADO) Autora: Mayte Gómez Molina




Se estaba ensuciando las zapatillas de tierra e impaciencia. Desde que perdió la esperanza de que sus hijos vinieran a verle, solo se emocionaba cuando los árboles se bajaban del tren en aquella estación y dejaban el andén lleno de hojas. Sentado en el huerto, Vicente surcaba el suelo con un pie y luego repetía la operación con el otro mientras tiraba en la franja que dejaba, las cáscaras de unos pistachos, tal vez esperando que el suelo se abriera como ellos y dejara ver su fruto verde. La tierra se le metía entre los dedos de los pies y se le colaba en los poros, sigilosa, infectándolo de un apremiante deseo de arar, esperando que el sudor de la siembra volviera a llenar de vida una piel que  la soledad  había llenado de surcos vacíos.
El refrán maño no solía fallar, pero había pasado los tres días siguientes a la mañana del Pilar madrugando para otear el cielo, incluso más que el sol, que aún estaba desperezándose entre las montañas cuando Vicente ya tenía la nariz llena de café; sin embargo, no había ni rastro de las grullas. Cada octubre que aparecían volando hacia la laguna, listas para acunar sus huevos en un invierno suave, eran una señal para que el agricultor también cobijara las semillas en sus nidos de tierra. Pero desde que existe el canal del tiempo la gente dejó de hacerles caso; saber que llueve es más fácil poniendo la mano en el mando que sacándola por la ventana. El hombre trajeado que hacía amago de controlar el vaivén de las nubes en el televisor profetizaba un diciembre funesto; aun así, él se arriesgaría a sembrar aunque el pronóstico invernal granizara sobre sus esperanzas.
El ruido que lo sacó de su letargo no fue el de los graznidos, sino el de un mastodonte motorizado que paró a la entrada del pueblo. Alguien se bajó del camión y éste se alejó apresuradamente revolucionando las primeras hojas que, sonrojadas y asustadizas, se habían dejado vencer al primer soplo de aire otoñal, cubriendo el suelo como una alfombra roja que dirigía al foráneo hacia el pueblo. Un gallo cantó desde la lejanía, anunciando al muchacho como una fanfarria. Su tez tostada destacaba entre los amplios campos de cereal, sus pies parecían manchados de azafrán; aquel barro rojizo había ensuciado sus austeras sandalias, o más bien lo que quedaba de ellas.
El muchacho venía del norte de África pero, al igual que las aves, también intentaba dejar atrás el álgido día a día, el frío del aterido bolsillo vacío, el gélido llanto del niño hambriento, a pesar de que en su pueblo el calor derretía las casas de adobe: auténticos hornos en los que no había nada que cocinar y las lágrimas de una madre se evaporaban o se perdían entre el sudor. Pero al contrario que las grullas, que migran bajo el dictado de la naturaleza, su partida era una aberración al instinto, y al mismo tiempo un canto a la esperanza. Se alejó de su familia, de su hogar, de los horizontes que conocía y las palabras que entendía en un intento de mejorar su situación y la de sus polluelos. No tenía fecha ni destino fijo, iba de pueblo en pueblo buscando algo en lo que trabajar, aunque fuese en aquellas tareas que los demás eran demasiado buenos para hacer.
El viaje de las grullas tardaba meses. Era muy duro, azotado por la lluvia, fuertes vientos y algún pájaro metálico y bobo que iba muy deprisa, irrespetuoso con las señales que formaban las bandadas en el cielo, que las esperaba con las nubes abiertas. Pero, ¿quién esperaba al muchacho? ¿Quién escucharía las vicisitudes de su aventura?
Cuando lo vio aproximarse al límite de su huerto, el anciano pensó en esconderse en la casa para ahorrarse el mal trago de decirle que no tenía nada que ofrecerle. Pero cuando el forastero se acercó donde estaba y alzó la mano para saludar a Vicente, el azote de las alas de las grullas inundó el alba; un huracán de plumas que indicaban que los surcos estaban listos para llenarse de historias escritas con pequeños tallos recién nacidos.
Ambos se miraron, estupefactos.
Bien sabido era que a Vicente no le sobraba ni un céntimo; todo lo invertía en los surcos de la siembra, una gran hucha sin fondo. Pero el muchacho tenía el secreto del otoño y él un campo que sembrar. Ya se las arreglarían.

VIAJEROS DE ITACA (3º CLASIFICADO) Autor: José Berrio Carrasco




Un haz de luz blanca cegadora, un aturdimiento consciente que niega la muerte cerebral pero ¿quién sabe qué es estar muerto? Siente crujir cada uno de sus huesos y vértebras, frío y paz, miedo, calma. Sus ojos luchan por enfocar y acierta a distinguir dos siluetas que aparecen sobre su cabeza. Una voz enjaulada, lejana, con vocablos incomprensibles, se introduce en sus oídos, mientras el corazón, lleno de pánico, palpita y agita su respiración angustiada por el miedo. Débil, sus entumecidos miembros son incapaces de presentar batalla.
–Se ha desmayado, ¿está bien?
–Sí, débil, y salvo una leve hipotermia y algo de deshidratación, está bien.
La embarcación sin rumbo, intenso olor acre de cuerpos hacinados, sudor y muerte, no puede apartar la mirada de los ojos inexpresivos del cadáver del joven que apoya la cabeza en la espalda de su compañero de viaje. Han tenido que agacharse y apagar el motor de su cayuco para evitar a la patrulla de la Guarda Costera que vigila las aguas, y ahora, a la deriva, meciéndose en un pozo negro, en manos del capricho y las mareas del Estrecho. Confía en la gente a la que ha pagado con su esclavitud en aquel campamento fronterizo, en el que firmó su particular pacto con el diablo. Aunque no tiene ni idea de navegación,  y nunca había visto el mar hasta aquella noche, sabe que navegar sin motor en esa embarcación tan frágil, con exceso de peso, no es una buena señal. Imagina que el mar contiene monstruos marinos que devorarán sus cuerpos, y una oscuridad infinita que les tragará sin compasión. Un escalofrío recorre su espalda, el gélido mar les envuelve, se retuerce en una profunda determinación, sobrevivir. Susurra el nombre de su hijo mientras solloza y se aprieta contra la encorvada espalda de su compañero. Un revuelo entre la tripulación indica que han divisado una playa a menos de una milla junto a unas luces de una pequeña población cercana, sin embargo, el oleaje se agita bruscamente, la embarcación se inclina. El piloto, trata de acercarse al motor fuera borda colocado en la popa, pisando y saltando cuerpos, los ojos inyectados y una mueca de pavor que le hace aun más abyecto.
Todo sucede muy rápido, un chasquido desgarrador, y cuerpos que salen despedidos. Un lacerante e hiriente frío siente al caer en el agua, y la opresión del pánico impide una respuesta, no podía hacer otra cosa que tragar aquella agua salada en medio del torrente espumoso en el que se encontraba, cerrando los ojos, braceó y pateó con todas sus fuerzas hasta sentir el aire de la brisa marina en su rostro, inhaló bruscamente el aire puro y tosió ante la acción salina del agua y la ausencia de oxígeno previa. La chaqueta del viejo chándal que vestía, se había llenado de aire y misteriosamente le estaba ayudando a flotar, meciéndose al compás de las olas, que chocando contra un muro de rocas, bramaban hasta encoger el alma del mismísimo diablo. Mientras seguía pateando para mantenerse a flote, pudo ver que algunos cuerpos ensangrentados eran flagelados por el mar y golpeados sin compasión contra las rocas por la sucesión del oleaje. La embarcación, empujada por la fuerte marejada y corrientes del implacable Estrecho de Gibraltar, había chocado contra piedras que parecían un túmulo en medio del mar.
Se acercó como pudo al cadáver que flotando boca abajo y mecido por el mar, se alejaba de aquél infierno en dirección a la costa. No lo dudó y se agarró a la ropa del cuerpo inerte, resbalando, y en su esfuerzo, propició que el cuerpo girase, reconociendo aquellos ojos marmóreos que antes no pudo dejar de mirar. Vomitó. Notó el calor de sus propias heces resbalando por sus muslos, al borde del desfallecimiento, aferró su vida a un hombre sin ella.
Aturdido, comprobaba que las luces en la costa se acercaban, aparecían y desparecían en un juego macabro que el mar se prestaba a jugar. Algo romo y áspero rozó su rostro, entumecido, sus manos se apoyaron en algo sólido, mientras que sus piernas sin capacidad de resistencia, se mecían al capricho del rompiente del oleaje en lo que parecía ser una playa de redondeadas piedras y basta arena. Frío. Debilidad. Sueño. Antes de abandonarse, pudo sentir las pisadas en la tosca arena y el haz de una pequeña luz que se dirigía hacia ellos, porque a su lado yacía el apagado e inerte cuerpo al que se había agarrado.
Volvió a despertar ante la misma luz blanca cegadora. Esta vez reconoció el lugar, estaba tumbado en una camilla de lo que parecía ser una consulta médica. Ya no tenía frío, estaba arropado con una manta de lana, y parpadeando rápidamente para hacerse a la luz, observó que tenía una vía de suero en el brazo. Estaba extenuado hasta lo indecible. Giró la cabeza y pudo ver a dos hombres de mediana edad, sentados uno frente a otro en una mesa, uno de ellos ataviado con una bata médica. Hablaban, y no entendía nada de lo que decían, mientras ellos seguían sin percatarse de su vuelta a la consciencia. Aunque intuía que hablaban de él, decidió no llamar su atención.
–Ya sé que te he podido meter en un problema, pero no podíamos dejarlo en aquella playa, nadie me ha visto recogerle, te lo prometo –hablaba el que estaba sentado frente al que parecía un médico.
–Joder, tenemos que hacer algo antes que se abra la consulta.
–He pensado en llevármelo a casa, ya que has dicho que no le pasa nada grave, pero por el momento necesitaré que vengas todos los días a comprobar su estado.
 –Vamos a ver, lo que estás proponiendo es una locura, te sigo diciendo que lo mejor es avisar a las autoridades, que le lleven a un hospital, y que luego se encarguen de él.
–Me niego, Manuel, me niego, ya te lo he contado, ¡tendrías que haber visto como incluso desmayado estaba agarrado al cuerpo del otro que estaba muerto!, no me imagino la odisea que ha debido pasar ese pobre diablo para llegar hasta aquí, para fracasar –replicó con vehemencia–. Además, joder, ya sabes cómo se está poniendo todo en este país, tú mismo lo compruebas todos los días, te han prohibido atender a cualquiera de estos pobres que vienen sin documentación, ¿y cómo hemos podido llegar a esto?
–Mira Ángel, yo no me lo cuestiono, hago lo que es mi obligación, y lo que es legal, no sé si justo – interrumpió el médico.
–No me vengas con esas mierdas, todavía recuerdo las historias que contaba tu padre, el tío Paco, ya sabes las que él pasó en Suiza en aquellos barracones llenos de españoles pasando miserias, y eso que él llegó después, y algo mejor pudo vivir que aquella panda de gallegos que fueron pioneros en aquella fábrica, y tanto le ayudaron. Frío, sueldos miserables, trabajos que en Suiza nadie quería hacer, iban como estos diablos, sin papeles, buscando un futuro mejor para los suyos, y en tu caso ha sido así, eres médico, te jubilarás en pocos años, con buen sueldo. Y recuerda que el dinero que enviaba desde allí, alimentaba a toda tu familia. Al igual que estos chicos, que aquí los utilizamos, usamos y abusamos, tu padre, no podía dejar el trabajo, ni podía llevaros allí con él, durante el Régimen se fueron firmando contratos de colaboración entre gobiernos, precisamente para evitar la reagrupación familiar, y porque a España le convenía la llegada de las divisas extranjeras, aun así, muchos suizos ayudaron a los españoles, y éstos, consiguieron poco a poco ser considerados ciudadanos normales, aprendieron las normas y costumbres del lugar. Manuel, dejando aparte la ideología política y quién narices gobierne en este país, el mundo lo hacemos los hombres, y las buenas obras están a veces por encima de la ley, que no siempre es justa, me niego a mirar a otro lado y a ser partícipe de esta farsa. En lo que pueda, quiero hacer de este mundo, no sé si algo más justo, pero sí más humano, es absurdo enrejar el mundo, que no es tuyo ni mío, y forzamos una parte del mundo a hacer viajes que no deberían existir.
 Miró a aquellos hombres que hablaban de forma apasionada, uno de ellos, mientras terminaba de hablar, se giró, cruzando sus miradas y provocando su silencio. Pudo ver compasión y verdad en sus ojos. Se dio la vuelta en la camilla y se arrebujó en la manta, para que ninguno pudiera ver las lágrimas rasgando su polvoriento rostro, por primera vez en muchos meses, se sentía a salvo. Sin darse cuenta, el sueño se apoderó de él,  y cerrando los ojos pronunció el nombre de su hijo.